Buenos y malos hábitos
Desde la infancia cada uno es criado, a la buena manera de
cada familia, en el cómo seguir actitudes casuales, y que claramente, resultan
necesarias para mantener un equilibrio moral, y una salud integral. Los
hábitos, son el tema más hablado y recordado por adultos, que tienden a juzgar
o preocuparse por otros individuos.
Existen las «mañas», cosas de mal gusto a las que tendemos
imitar sin darnos cuenta, y que conforman detalles de nuestro comportamiento. Y
bien, no son inconvenientes para convivir y desarrollarnos, pero no siempre es
el caso de ubicarnos en tolerancia. En ese momento uno mismo puede pensar en
observar cuáles son sus hábitos. Reconoceríamos que todos podrían etiquetarse
por iguales, a la vez que separarse aun siendo lo mismo.
Podría adjuntarse a
todo esto que, actos tan simples y cotidianos como ordenar, limpiar, servir y
preparar, son la base de tal referencia; son buenos hábitos. Sin embargo, otras
actuaciones como rendir a un vicio, seguir malos ejemplos, repetir manías
populares; son en parte malos hábitos. De ello, o más bien de todo, pueden
sacarse aspectos positivos y aspectos mejorables, pero nunca destacarían más
que los defectos.
La cuestión nace en el valor que tienen los hábitos; sea por
cultura, religión, ambiente, las personas no siempre desarrollan buen aprecio
por ellos. Esto principalmente es la razón de que se desaprovechen y corrompan
tan bellos sueños, pues de allí sospechamos reales potenciales.
Los hábitos son, y a la vez no son, más que momentos para
reencontrar esa iniciativa oculta en el ser humano. Un tiempo para respirar,
pensar y observar cómo estamos. Reflexionar en lo que somos y seremos en algún
futuro incierto. A partir de esos pensamientos nacen artistas, maestros,
científicos e ingenieros. Pero, sin tiempo para extrañar, idear, expresarse,
ningún ser puede evolucionar.
Esa puede ser la barrera que nos invita a retroceder.
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