El valor de tus defectos


No me canso de pensar que los humanos nos enamoramos es de los defectos. Lo perfecto es irreal, imposible, más no invisible, pero, de todas formas falso. O más bien, artificial, como mayoría de obras y manufacturas de hombres y mujeres, envueltas en el papel de gozar de la creación. Esa que desperdician puliéndola, en vez de aceptándola, y amándola, por ser natural.

Así como se podrá notar, el sentimiento es orgánico; la perfección, sí, es sorprendente, pero nunca es o será perfectamente perfecta. En cambio, esa elegancia que porta toda planta, todo animal, todo organismo; ser vivo, es profunda y deslumbrante. Genera interés, provoca, e inspira más arte orgánico, natural, de belleza pura.

Y es esa pura belleza de la cual nos fijamos, la cual encontramos y guardamos en nuestros corazones encantados. Gestos, frases, voz, acciones; arte. Nada más, nada menos; sólo arte. Sean expresiones, manifestaciones, es el arte siempre prominente. Es lo que engancha, destruye recrea, coacciona emociones.

La ilusión mínima, esa que llamamos amor, luego sentimiento, luego pasión, que es siempre eterna, inexplicable, única. Esa chispa cálida, espontánea, crítica, que nace a través de una sonrisa, unas palabras, un instante en coincidencia. Y allí, son los errores, los defectos, el aprendizaje de toda esta vida, los que se emanan, los que resaltan ante otra sonrisa; más fina, más suave, más fina siempre, la de quien reciba, que luego tendrá que valorar cada una de esas ilusiones mínimas.

Pensar, imaginar, recordar, un encargo de estos hechos, para tratar de conocernos. Y nos sorprendemos con esto, ya que nunca imaginamos lo que sentimos o somos capaces de transmitir.

Y sólo viviendo entendemos que los detalles, las más pequeñas cosas, son las más valiosas en nuestros mundos. Además, de ser defectos estas diminutas cualidades de que hablamos, y que en parte afectan al desarrollo de nuestra vida en vela.

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