La voz de su corazón
Decían, que nunca habían escuchado la voz de un santo.
Decían, que nunca habían, siquiera, escuchado la voz de él.
Decían, que lo conocían.
Decían, que sabían quién era.
Con tantas voces, nadie imaginaba
que en un segundo tantas emociones hablaran.
Nadie creía que podían escuchar, de verdad, a un corazón
expresarse.
Y esa bellísima voz se volvió el centro
de tantos críticos en el auditorio.
No hallaba el orador a quien ver,
pero no hacía falta;
a todos llegaba su esencia de ser,
su forma de ver y de creer,
sus deseos, todos se podían percibir.
No había nada que compartir,
cuando a todos pertenecían esas palabras.
Palabras de fe, de amor y con cariño.
Que te hacen sentir tan diminuto como un niño,
viendo con admiración, con dulzura, con color
al responsable de tu vida, de tu sentir, de tu expresión.
Oyeron, la voz de ese señor.
Algunos lloraron, rieron, gritaron,
pero nada se escuchó,
nadie habló,
cuando terminó la canción,
si quiera el telón se dignó a acabar
tal espectáculo de función.
El escenario estaba vacío, el último recuerdo, en ese minuto
de silencio con que despedían a su mentor.
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